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Las leyes universales del hombre

La ley del hierro y la herida

El hombre camina con puños cerrados,

derrama su sangre en nombre de reyes,

levanta imperios, los quema en cenizas,

y luego construye las mismas paredes.

 

La ley del hambre infinita

Nada le basta, todo codicia,

cosecha lo ajeno, devora su esencia,

y cuando se ahoga en mares de oro,

descubre que el agua es su única herencia.

 

 La ley del eco y el juicio

Lo que ha sembrado, regresa con furia,

las sombras del mundo reflejan su espejo,

clama justicia con manos manchadas,

exige perdón sin dar un destello.

 

La ley del amor y la ruina

Amor es la chispa que todo equilibra,

mas juega con llamas y quema su templo,

derrama promesas en bocas ajenas

y llora en la ruina de su propio incendio.

 

La ley del fin y el olvido

Corre hacia el todo, persigue la gloria,

mas todo se quiebra, se torna ceniza,

y cuando su carne regrese a la tierra,

serán sus cenizas la única brisa.

 

El hombre, esa criatura de lumbre y sombra, camina por senderos tejidos con hilos de duda y certeza. No hay piedra en su andar que no sea lección, ni abismo que no le invite a volar. Su existencia, marcada por el pulso del cosmos, se rige por leyes no escritas, pero sentidas, profundas como raíces en la tierra del tiempo.

 

La ley del reflejo

El mundo es un espejo de sus propios pensamientos. Lo que ve en los ojos ajenos es la imagen de su alma desnuda. Si grita odio, la vida le devuelve el eco. Si siembra amor, el campo de su destino florece.

 

La ley del ciclo.

Todo lo que empieza termina, y todo lo que termina renace. El río no se detiene en su cauce, el sol no duda en esconderse tras el horizonte. Así también el hombre: sube, cae, se levanta. Su risa es promesa de su llanto futuro, y su dolor, preludio de su júbilo.

 

La ley del peso.

Cada acto tiene su precio. El bien y el mal no son más que nombres, pero la balanza del destino no perdona deudas. El hombre carga sobre sus hombros lo que siembra, y en la última hora, cuando el polvo lo reclame, su alma pesará lo que sus acciones dictaron.

 

La ley de la verdad.

La mentira es un hilo frágil que siempre se rompe. Por más que el hombre teja falsedades, la verdad resiste como la roca ante la marea. Su mayor batalla no es contra los otros, sino contra el velo que cubre sus propios ojos.

 

La ley del propósito.

Nadie camina sin razón. Cada paso, aunque errante, tiene su lugar en la danza de la existencia. El hombre que se pierde en su camino no ha fracasado, solo ha encontrado una senda que aún no comprende.

 

Las leyes del universo, inquebrantables, imparciales, eternas. El hombre puede ignorarlas, pero nunca escaparlas. Porque él, hecho de polvo y fuego, no es más que un reflejo de las estrellas que lo observan desde el principio de los tiempos.