El silencio se convierte en un enemigo,
una presencia ensordecedora que amplifica los latidos de mi corazón,
el susurro de tu nombre en mi memoria.
La paz, esa mariposa esquiva,
revolotea fuera de mi alcance, burlándose de mi desesperación.
Cada intento de desterrarte de mis pensamientos es un fracaso,
una batalla perdida contra un ejército de recuerdos que asedian mi mente.
Tu imagen, un fantasma persistente, baila en los bordes de mi cordura,
amenazando con arrastrarme a un abismo de locura.
¿Acaso ya he cruzado ese umbral,
perdido en el laberinto de los recuerdos?
¿Es esta agonía,
este deseo insaciable,
el precio de amarte?
Anhelo la caricia de tu piel,
la seguridad de tu bienestar.
Necesito escuchar tu voz,
una guía para escapar de este tormento.
Dime,
¿cómo puedo silenciar el eco de tu nombre en mi alma?
¿Cómo puedo apagar el fuego que consume mi corazón?
Sí encierro mis sentimientos,
si los aprisionó en una fortaleza impenetrable,
¿encontraré la liberación?
¿O sólo prolongaré la agonía, un mártir de mi propia locura?
La locura me consume,
un diálogo solitario con el fantasma de tu presencia,
una súplica desesperada por una respuesta que tal vez nunca llegue.