El amor verdadero no es como la flor que se abre y se marchita con el vaivén de las estaciones; no depende del sol ni teme al invierno.
Es una primavera eterna, donde los sentimientos brotan con fuerza inagotable y el tiempo no los doblega.
No se rinde ante el frío de la distancia ni se desvanece con el paso de los años, pues su esencia no reside en lo efímero, sino en la raíz profunda de dos almas que se entrelazan más allá de las horas y los días.
En su jardín no hay pétalos caídos, solo hojas firmes que abrazan la vida con la certeza de que el amor, cuando es verdadero, nunca deja de florecer.