Aquí no hay balas,
hay semillas de plomo que estallan en jardines
y siembran tumbas sin verbo,
sino tan sólo con adjetivos que llenan el aire oscuro de hedor a cobardía..
Los pájaros de Alepo
llevan nidos de pólvora en el pico,
y el viento, ese viejo traductor,
solo sabe deletrear escombros y miradas con pupilas dilatadas.
Dicen que una escuela es un ataúd de tiza
cuando los números en la pizarra
se vuelven cuenta regresiva.
Los cuadernos arden con los deberes sin hacer,
y las mochilas, estallan con los sueños antes de alcanzan el cielo.
¿Qué idioma habla el miedo de un niño?
Silabas rotas,
alfabeto chamuscado en la garganta,
un himno que se apaga
antes de nombrar la palabras: mamá , papito ,casa.
Las madres tejen sudarios con el hilo del reloj,
mientras las orillas de Latakia y del Éufrates,
testigos cansados,
arrastran juguetes oxidados, sonrisas ya robadas y fotos sin cumpleaños.
Nosotros, los cómplices del otro lado del mapa,
encendemos hogueras de olvido
y llamamos \"conflicto\"
al monstruo sin pudores que no es más que un exterminio de futuros.
¡Hermanos:
los niños de Siria no son ceniza,
son raíces bajo el desierto
que desafían la geometría de las bombas.
Cada uno guarda un sol en el pecho,
y aunque el mundo les robe el nombre,
su luz perforará las crónicas frías de los que firmaron su noche.
Dedicado a los pequeños que el odio convirtió en constelaciones forzadas, en este marzo que no acaba.
@Marcos Reyes Fuentes.