JUSTO ALDÚ

MI AMIGO JUAN (La historia detrás del poema)

Las risas resonaban entre los edificios viejos del barrio, un eco de nuestra infancia despreocupada. En aquellos días, el Parque de Santa Ana y el Paseo de Las Bóvedas eran nuestro reino, el asfalto y las aceras nuestras canchas, y las bicicletas y patines nuestras alas. Corríamos sin miedo; jugábamos fútbol con las caras  pintadas de cielo hasta que el sol caía y la luz de los faroles anunciaba que era hora de volver a casa. Éramos inseparables, un grupo de niños con los bolsillos vacíos, pero con el corazón repleto de sueños.

Entre nosotros, Juan siempre fue el más risueño. De piel morena y cabello alborotado, tenía una habilidad única para encontrar la felicidad en los momentos más simples. Aquel niño que hacía malabares con latas de refresco y que inventaba historias fantásticas era nuestro líder en cada aventura. Recuerdo cómo, con la mirada encendida, nos decía que algún día viajaríamos lejos, que tendríamos grandes casas y que la vida no nos pondría barreras. Pero la vida es caprichosa, y lo que imaginamos de niños rara vez se cumple de adultos.

Los años pasaron y cada uno siguió su camino. Treinta años después, algunos estudiaron, otros encontraron trabajos que los mantenían ocupados, algunos se fueron del barrio en busca de mejores oportunidades. Yo, logré cumplir mis metas y con el tiempo fui dejando atrás aquellos días dorados. Pero Juan… Juan se quedó atrapado. No sé en qué momento exacto comenzó su caída, pero cuando regresé al barrio, supe que no había logrado escapar de las garras de algo más fuerte que él.

Lo encontré una tarde, bajo la sombra de un árbol en el Parque de Santa Ana. Estaba tirado en una de las bancas, envuelto en un sucio abrigo que alguna vez debió ser beige. Su rostro, marcado por los años y los excesos, apenas guardaba rastro del niño que conocí. Sus ojos, ahora opacos, se abrieron con esfuerzo cuando pronuncié su nombre.

—Juan… —murmuré, sintiendo un nudo en la garganta.

Se incorporó lentamente y me miró con una mezcla de vergüenza y resignación. Me senté a su lado, tratando de buscar en su mirada a mi viejo amigo.

—¿Qué pasó contigo, hermano? —le pregunté con un tono suave, casi temeroso de la respuesta.

Él sonrió, una sonrisa triste y rota, y encogió los hombros.

—La vida, Raúl… La vida pasó.

Le invité a comer. Entramos a una fonda cercana y pedí lo mejor que tenían. Mientras comíamos, le hablé de un centro de rehabilitación, de cómo podía salir de ese agujero en el que había caído, de cómo yo estaba dispuesto a ayudarlo a empezar de nuevo. Sus manos temblaban mientras sostenía la cuchara. Me escuchó en silencio, asintiendo de vez en cuando, pero su mirada me decía que mis palabras no le alcanzaban.

Cuando terminamos, salimos juntos y caminé con él hasta la esquina. Le di mi número, le aseguré que podía contar conmigo. Pero Juan solo suspiró y me abrazó con fuerza.

—Gracias, \"fren\", pero yo ya estoy muy lejos.

Lo vi alejarse, tambaleante, perdiéndose en un callejón oscuro del barrio. El mismo barrio donde crecimos, donde fuimos felices, donde soñamos con un futuro mejor. Y mientras su silueta se desvanecía en la sombra, me quedé ahí, preguntándome por qué la vida nos había llevado por caminos tan distintos, por qué Juan nunca logró escapar.

La infancia había quedado atrás. Y con ella, la risa de mi amigo Juan.

Meses después recibí la noticia. Fue encontrado muerto en el templete del parque, bastión de los orates.

 

MI AMIGO JUAN (febrero 2012)

Acabo de verte,

caminando con rumbo perdido,

sobre el mundo.

No sé dónde ibas,

pero me hiciste volver en el tiempo.

¿Dónde habrá quedado tu último bate de beisbol,

tu balón de futbol,

tu forma de reír de los viejos lujuriosos del parque de Santa Ana?

Íbamos vestidos de niños sucios, ¿recuerdas?

En aquel estadio donde nunca atardecía.

Solo éramos una muchachada

corriendo a contraluz

y coreando nuestro primer gol,

soñando nuestro primer beso.

 

Nunca fue fácil olvidar.

Usurpamos el tiempo

con la magia de una fotografía

y  un día inesperado

con la certeza que van dando los golpes de los años,

llegó el desencanto,

la pérdida misma de nuestra niñez,

luego nos perdimos en la multitud

entre lugares amplios y otros estrechos,

más vacíos quizás, pero igualmente desesperados.

Hoy trato de reconstruir hasta tu nacimiento,

pero no me alcanza el archivo de memoria,

solo sé que fue para entonces que llegué a quererte… Amigo Juan.

 

En tus pasos lo adivino,

sé que perdiste aquella guerra

en la puerta de la cantina,

donde fuiste de aquellas mujeres fáciles

con aquel licor fácil

entre noches fáciles

y  parrandas fáciles,

sin pensar que el dolor vendría después

igualmente de fácil

a ser parte de tu historia.

 

 

***Basado en una historia de la vida real y en  un poema que escribí en el 2012, cuando lo encontré. del mismo título.

JUSTO ALDÚ

Panameño

Derechos reservados / marzo 2025