Llámame, amor,
cuando la noche te pese
y el insomnio te acorrale.
Cuando el frío te busque los huesos
y no encuentres refugio en la almohada.
Llámame en voz baja,
en un susurro tímido,
en un pensamiento extraviado
que tropiece con mi nombre.
Si la tristeza te ronda,
si los días se vuelven costumbre,
si la risa se esconde,
llámame sin miedo,
que yo vendré sin demora
con los bolsillos llenos de abrigo.
Y si alguna vez dudas,
si piensas que el tiempo
nos juega en contra,
háblame con los ojos cerrados,
que allí, en la sombra de tus pestañas,
yo siempre estaré esperando.