El niño miraba la luna brillar, redonda y serena sobre el ancho mar. Sus ojos de asombro la vieron danzar, como un pez de plata en un sueño de sal.
—Luna, ¿me esperas? —le quiso gritar, pero el viento manso lo hizo callar. Susurró en su alma un dulce cantar: «Sube en mis rayos, ven a jugar».
El niño, inocente, tendió su manita, mas solo atrapó la brisa infinita. —Luna, ¿me llevas? —volvió a rogar, y ella, risueña, lo oyó suspirar.
Le envió un reflejo en el agua dormida, un puente de luz de perla encendida. El niño soñó que podía cruzar, y en brazos de luna volar, volar…
Noche tras noche, con tierna mirada, espera a la luna de risa callada. Y ella, brillante, le deja soñar, que un día sus alas lo harán despegar.