Alberto Escobar

Ya no

 

 

 

Una escultura 
y algo más,
una suerte de ser,
de aparecer entre
una tiniebla, y luego,
en la sustancia
 de la noche, renacer,
cubrir el gag existente
entre el cielo y el suelo, 
la humedad que se hiela,
la sequedad ambiente,
y el rocío que no cesa reza
una salve marinera. 
Algo más, un adolescente
adoleciendo de un dolor ciego, 
que puebla la queja, circunloquio
que no sirve a la postre para explicar
lo que a fin de cuentas se explica solo,
sin consumir ese excedente de vida
que solo la vida sabe valorar, tasar, 
y de cuya energía no se dispone
en un principio —o eso me dijeron—. 
Una delimitación del espacio,
una escultura, una propuesta
sobre algo de lo que no se tiene
noticia aún, un escaparate donde
exponer lo que no acaba de exhibirse,
un no decir nada, una almedra amarga
en la poética de un Mario Obrero,
tal que yo, esta vez, cuando mi edad,
a diferencia de la suya, no tiene espacio
en su numerología para epatar a nadie,
a una audiencia que se reúne en orden
a maravillarse del hilvanar logógico 
de un adolescente de veinte años muy leído,
muy practicado en el don de la oratoria, 
una especie de Cicerón avant la letre;
pero mi edad no es un queso gruyere,
una superficie lunar donde haya cabida
todavía para la sorpresa, no, ya, a esta edad todo
ha sido ya dado, y lo que no, adolece
de una caducidad impenetrable, pétrea, 
y mi verborrea carece de mérito...
Me siento débil en sexo y por eso
no necesito, no me sale, como a él,
llamar a todo lo plural en femenino,
no me apetece reinvindicarme, que soy,
que existo, no lo necesito ni lo deseo,
y mi superficie ciliar es uniforme, lisa,
sin cráteres mantecosos que atraigan
la lengua, el mordisco, la aceituna.
No tengo hendiduras, ya no.