Desde el fondo enloquecido del cenagal,
donde se disimulan las tristezas y el desconsuelo,
una luz tenue aparece,
un recién nacido se asoma,
pacificando el espacio y los recuerdos,
con el artificio simple de una sonrisa,
que repara el dolor y el pensamiento.
Llega acaparando la claridad,
desplegando bondad,
para convertir la oscuridad en alba,
la mudez en canto,
la soledad en fantasía,
y suprimir la retórica del dolor,
dando espacio al amor,
donde se reparan los sueños.
Con el preámbulo de una caricia,
el mundo de ruinas y vestigios,
da paso a la belleza del cielo y el campo,
la voz áspera de los abismos se silencia,
y brota el arrullo y embeleso,
que reanima el alma y confortando al débil,
que recita versos y restaura sueños.