Epitafio de los olvidados
Los que sucumben al filo de la duda,
latigazos que desgarran las fibras del alma,
los que tropiezan en poceras de sombras,
los que enloquecen de tanta cordura.
Los que se entierran sin lápida ni nombre,
los que torturan la voz con arena,
los que mastican su propia sospecha,
los que envejecen sin cruz ni cadena.
Los incendiados por la ambigüedad ajena,
los condenados al pozo del tedio,
los que naufragan en mares de manías,
los que aún respiran envueltos en miedo.
Los exiliados de un dios sin memoria,
los que vomitan en ruinas su canto,
los que acarician la horca y la gloria,
los que maldicen su propio reflejo con llanto.
Espera mi risa entre escombros de fiebre,
atada de pies y de manos al lodo.
No me grites—te advierto en mi callado timbre—
que el alba agoniza, ya sin gloria ni aliento.