«Los primeros cuarenta años de vida
nos dan el texto; los treinta siguientes,
el comentario».
(Arthur Schopenhauer 1788-1860. Filósofo alemán)
No quiero saber
que la piel está hecha jirones
y se duerme por los rincones,
tus ostras huecas de perlas,
tus alambres finos y quebradizos
se han colmado de moratones
y desfigurados por el paso del tiempo.
.
Da lo mismo, querido, querida, da igual,
pasen los años que pasen
seguirás siendo jovial,
seguirás teniendo la misma edad,
seguirás siendo mi niño o mi niña,
seguiremos siendo tal para cual.
.
Ocurra lo que ocurra, digan lo que digan,
sabrás que te digo la verdad,
una verdad sibilina
que no vocifera por los balcones.
.
No quiero acordarme
que no importan los recuerdos
de batallas memorables, inolvidables,
si te digo padre o hermano o madre,
no importa si no me dices... ¡Te quiero!
.
Solo corre hacia un campo de flores
cierra los ojos, espérame,
sobre todo no llores;
porque yo también soy niño o niña,
que rompe sus perlas vidriosas,
que encoge su vientre dolorido,
que refleja las olas del mar en sus manos
y rompe su llanto acunando tu nido.
.
«Ya ves, ya estoy aquí,
¿te das cuenta de que los dos hemos llegado
a este lado de la orilla y el agua que humedece
nuestra piel es la misma?»
.
A estas alturas del río
veo que el agua continúa su curso
y, aunque mojados, tu orgullo y el mío
no se paran ni los peces, ni los troncos,
ni siquiera la corriente, ni las ramas con sus nidos.
.
A nuestro paso va apartándose la hierba
que verdea el fino camino,
van desfilando las hormigas
cargadas con granos de trigo,
hilvanando los arcenes,
conjugando verbos de lino,
vamos llegando, sí, poco a poco
al final de nuestro camino.
.
El anverso del verso ©
Alfonso J Paredes
Música generada con inteligencia artificial.