EDGARDO

Susurro al alma

Tus ojos, llaves de un mundo interior,
donde muros de silencio al fin se abren,
y el temor, cual ave, alza su vuelo,
transformado en palabras, en poemas.
Tu nombre, dulce eco en mi memoria,
despierta a la viajera fascinada,
un fuego incesante que en mi alma arde,
un amor que en la distancia se hace fuerte.
Mis ojos, sin los tuyos, son desiertos,
hormigueros de sombras y de olvido,
mis manos, sin las tuyas, solo espinas,
que hieren la quietud de mi destino.
Te amo en la quietud de mi aposento,
en tu presencia y en tu lejanía,
en el silencio y en la melodía,
en cada instante, en cada pensamiento.
A veces, un torpe trovador me siento,
que ansía al mundo entero proclamar,
que a ti te debo cada sentimiento,
y que por ti, mi alma quiere volar.
A veces, niño, en tu regazo hallarme,
y a veces, flor, nacer de mi dolor.
No importa el rumbo que mi vida tome,
ni las tareas que el destino imponga,
tu imagen siempre en mi mente asoma,
cual faro eterno que jamás se esconde.
En cada paso, en cada decisión,
tu esencia guía mi andar incierto,
un eco dulce, un recuerdo abierto,
que en mi ser habita con devoción.
Dunia, mi ángel, en mi alma escrita,
eternamente en mi ser presente,
un amor que trasciende lo evidente,
y en cada latido mi ser invita.
Porque tu amor, Dunia de los Ángeles,
es el principio y el final de todo,
un sentimiento eterno, inquebrantable,
tan tierno como tu nombre, tan profundo como mi amor.