No sé si he de llamarlo sufrimiento…
pues nada duele (nada siento) nada.
Tan sólo es el cansancio y ese extraño
vacío que se anida en mis costillas,
sujeto fuertemente a mi esternón.
Es más esa rutina y el fastidio
del diario levantarse; del café
que no me sabe a nada; de salir
y verme reflejado en esos rostros
que fingen la sonrisa y no transmiten
el brillo de esa risa en la mirada.
No puedo ni llamarlo cobardía…
pues lucho (pero todo es infructuoso)
tratando de romper con ésta inercia
de andar sobre mis pasos circulares.
Huir… abandonando todo atrás,
así como algún día abandoné
mis sueños (sólo quedan los fragmentos)
que yacen adheridos en el piso,
cubiertos de humedad y de salitre…
Acaso sólo sea un autoengaño,
si llevo la prisión en mi interior;
igual que interrogantes en mi mente
que dan cientos de vueltas sin parar.
Y sigo cuestionándome ¿Por qué
estoy en éste bucle interminable?
¿Por qué cada mañana, al despertar
con la oportunidad de reinventarnos…
y de partir de cero… renacer…
por qué siempre escogemos ser los mismos?
¿Por qué ese menester de un sentimiento
que venga con su fuerza y nos abrace
los huesos, las entrañas… que se aferre
con uñas y con dientes en el alma?