Sin Tu Desastre
Todas las ruinas de mi vida llevan tu firma,
y no te culpo… bueno, de algún modo lo hago .
Pero, carajo, no se puede andar por ahí
reescribiéndole a uno la infancia,
desempolvando el álbum de los traumas
como quien hojea postales de un viaje a París.
No solo invadiste mis días
con tu risa de malicia y tu juego impune,
sino que también ajustaste cuentas
con mi adolescencia desahuciada,
ese tiempo en que fui filósofo en hospitales psiquiátricos,
rey de un reino sin súbditos ni gloria.
Como si no bastara,
sacudiste mi juventud,
ese cántaro hueco donde nunca llovió,
esa ruina hipotecada de sueños ilusos.
Y lo hiciste con la maldita gracia
de quien desconoce su propio desastre.
Ya no sé si agradecerte o demandarte.
Aquí me tienes,
varado en esta madurez que sabe a jabón y lejía,
a certezas mal escritas,
a viajes sin retorno.
Y tú, con tu manía de quedarte,
con tu absurda costumbre de hacerme feliz,
con tu bendita habilidad de reírte de todo,
hasta de mí.
Así que, si te vas, escúchame bien:
te llevarás mis nostalgias, mis ruinas
y hasta mi decente intento de cinismo.
Porque, al final,
sería mucho peor
volver a ser yo
sin tu desastre,
pintora de sombras y pinceladas.