Alberto Escobar

Me gusta

 

 

Me gusta tu perfume,
Georgina, de siempre
me gusta, me gustó,
me ha gustado, aroma
tibio, tu piel de punta, 
el erizo de tu vellaje tenso,
como excitado por algo
—quizá por el roce de un dedo,
¿el mío? (puede ser)—.
Tu perfume, belladona seria,
constante, y sin darme cuenta
entra poros abajo, a destajo
hasta que los sentidos pierdo, 
recuerdo, la vista me fue nube,
en tu cama, dentro de un motel
barato, camino de Wisconsin, ya
los lazos que nos ataban rotos, 
como una despedida, tierna, luz
en los ojos, amor en huida, niebla
al través de la ventana, grisácea
la oportunidad de querermos, 
por última vez, última cena, velas,
manteles negros, servilletas a juego. 
Me gustaba porque ya, ahora, casi
no acierto a visionarte, a asociar
a tu perdida estampa ese pachulí azul,
de saldo, barato, vendido por garrafas,
y que a mí, ese día, esa carretera, ese
motel, ese Wisconsin, me pareció
ambrosía, néctar del caro, de los de bote
de vidrio veneciano, de caja labrada...