Los cristales entrecerraron el corazón ingenuo.
Los mándalas guiaban las sombras,
aquellas creencias inexactas de la anfibia luz.
Todo presagio huyó de las manos.
los amaneceres tejieron sombras
Escapo la melancolía
Todo ocaso fue mejor al medio día.
Nunca los caimanes encendieron piedras
Las piernas truncadas no conocieron metas,
fueron desiertos, por estrellas.
los libros enjuagaban notas en arenas calizas
masticando el polvo de las botas.
La sal cala la piel, el pueblo llora,
solo el armiño tiene rocío en su frente.
El manda mas tiñe su frente con vinagre
almidonado con el parlante ajeno.
Marchita el llano, la perla nocturna,
una lágrima ilumina.
Noche, viento.
sequedad, susurro,
olvido de un mañana continuo en la hoguera