Dueles de soledad,
pequeño ruiseñor, a las miradas,
como el ave de Dios sobre enramadas
resolviendo con canto
el dolor en su especie alada contenido.
Sabes que no verás venir al nido
la que en su vuelo provocó gran llanto.
—Y tal vez, ya no es tanto
por ella el triste cántico, ¿verdad?
Sino por tu anhelante afán de eternidad.