Corrí desesperado por aquellas estrechas calles
y aquel ente siniestro de cerca me seguía.
No alcanzaba a apreciar todos los detalles
pero con un maligno gesto me sonreía;
y cada ves que percibía aquella sonrisa,
más temor y desesperanza a mi venían,
y más corría y gritaba y era más mi prisa
y mis fuerzas poco a poco en mi morían.
Hasta que caí exhausto, sin fuerzas,
en aquellas baldosas malolientes y frías,
esperando el golpe mortal del ente a mis espaldas.
Lentamente se acerco hasta mi, sentí su aliento,
poso sus labios en los míos y con un dulce beso,
me arranco los míos y se esfumo en el viento.