El Estío Enamorado
Brisas frescas de los altos
bañan tardes de verano,
donde el astro, en llamas, cubre
el paisaje, azul y llano.
Danzan árboles frondosos,
balanceo en suave paso,
y sus hojas, expectantes,
van besando el suelo ardiente.
Trinan aves, suave el aire,
pintan sueños con su voz,
mientras fluyen las fragancias
del estío, puro ardor.
El crepúsculo, en la orilla,
pone un broche carmesí,
mientras el vaivén sereno
vuelve al cielo su cantar.
El calor abraza el suelo,
bajo el roble centenario,
y las aguas, en su rizo,
tejen sueños al sagrado.
Los trigales resplandecen,
se extienden hasta el abismo,
y las flores, que despiertan,
se estremecen con su ritmo.
El estío, sabio y claro,
guarda un mundo de sigilos,
y en su fulgor dorado
tiñe el aire de su brillo.
Noche fresca, de halo argento,
vientos cálidos se mecen,
y, en la bruma, aún resuena
el fuego que el sol sostiene.
Ríe el río zigzaguante,
luce el prado en su esplendor,
y el verano, con su hechizo,
canta un himno al soñador.