Todo se termina algún día.
Se cierran las puertas,
se apaga la luz,
se desatan los cordones.
La noche barre
las tardes de domingo.
Tomamos el último sorbo
de la botella,
nos despedimos
con los abrazos de miércoles.
Corremos,
para alcanzar
el último autobús del día.
Leemos la última página del libro.
Comienza el lunes
después del domingo.
(Pero todo se termina algún día…)
Cada parte de nuestro cuerpo
tiene su propia dolencia,
su voz de agonía.
En estos días finales de marzo…
se me ha gastado el enojo,
olvidado,
en algún lugar de la casa
lo que no necesito.
Olvidado el poema.
Porque me falta
la memoria.
Vaciado el desván,
descansada mi fatiga,
acabado el café,
ocultadas las madrugadas.
Caídas —
las notas de mis bolsillos
que me
arrebataron
el tiempo.
Creemos mejorar el poema:
sumarle sonidos,
restarle palabras.
Mentira.
Todo está terminado
desde el principio.
Siempre hay una orilla
donde termina el recorrido,
una costa donde duermen las olas,
la carne
que se hace polvo.
¿Cuántos abrazos de despedida
caben en esta hora?
Ninguno.
Estamos
terriblemente
solos
en la última hora,
en el último
verso.