Afilé mi pluma como otros su acero,
y guardé entre los pliegues del pecho el tintero.
No llevo escudo, ni estandarte altanero,
solo versos curtidos y un pulso sincero.
El alba me viste con gris armadura,
hecha de dudas, heridas y cordura.
Mis botas pisan lodo, pero no mi altura,
que quien va a la guerra no teme a la oscura.
No voy por honor ni banderas ajenas,
voy porque el silencio me deja cadenas.
Prefiero la furia, la pólvora plena,
al eco vacío de almas sin pena.
A un lado, los hombres con lanzas y gritos,
al otro, fantasmas con rostros marchitos.
Yo cargo metáforas, cuchillos benditos,
y en cada palabra reviento los mitos.
Si caigo, que caiga dejando semillas,
que broten poemas entre las astillas.
Y si vuelvo, será con la tinta sencilla,
cubierta de sangre, de polvo y de orillas.
Porque el poeta no teme a la muerte,
la mira de frente, la invita a su suerte.
Su guerra es eterna, su verbo es fuerte,
y aunque pierda la vida… jamás será inerte.