Diferenciemos entre el ignorante
que no sabe ni de lo que habla,
del culto, que aprecia el valor de las palabras,
pues no hay mayor sensación de libertad
que la de quien elige lo que ignora,
ni mayor prisionero
que aquel que vive encerrado en su ignorancia.
No todo es como uno lo piensa:
para algunos, la luz al final del túnel ilumina;
para otros, ciega.
No te quejes si, en tus días más oscuros,
no logras ver nada más que niebla.
Piensa en los ciegos:
ellos ni siquiera pueden verla.
Me da pena ver a los abuelos
que ya no reconocen a sus nietos,
ni siquiera su propio rostro
al verse reflejados en el espejo.
Caminan como si alguien
les hubiera arrebatado la memoria y los recuerdos.
¿Quién va a ser, sino el mismo paso del tiempo?
Dicen que el tiempo cura,
pero no cura:
tan solo convierte cicatrices en arrugas.
Y ni siquiera todas...
algunas heridas, las más profundas,
permanecen para siempre,
sin disfraz ni tregua.
Ahora comprendo la impotencia
del niño que soñaba jugar entre nubes:
se hizo arquitecto
y apenas logró rozar el cielo con cemento.
Y la del pianista sordo,
que tras años de entrenar sus manos,
no escuchó jamás el alma
que brotaba de sus dedos.
Pues nunca es tarde para cumplir una promesa.
Las estrellas siempre saben esperar,
porque son eternas.
Tampoco es tarde para dejar huella:
hasta los ancianos de noventa
también sueñan.