Sin ti no sé
si soy, si acabo de ser,
si mis ojos
ven correcto, si lo que ven
es o si es una ilusión,
un deseo, un quizá
traicionero y dañino,
el reflejo de un vacío lleno
de ausencia, de necesidad,
y sin ti, eso que veo lo guardo
difuso, provisional, a la espera
de tus ojos,
de la sentencia que ellos
pronuncien cual si fuera
un universo juez, inequívoco,
certero, consagre o destierre
la visión que ven mis ojos.
Sin ti,
a mi lado, la realidad
deviene un croquis roto,
desdibujado, un planteamiento
que no acaba de plantearse,
un trozo de plastilina duro,
informe, a la espera desesperada
de unas manos, las tuyas, dando
una forma definitiva, ordenando
a una arcilla plástica y maleable
que se pronuncie, concretando
una cosmovisión que se insinúa
por sí misma, no siendo suficiente
la vista de mis ojos.
Sin ti no sé si lo que veo es,
aún sabiendo de la sensatez
de mis ojos, de lo fiables que son,
han sido y vienen siendo,
porque ninguna sensatez, sea corta,
sea larga, no es imbatible, tal un rey
no es eterno, y cuatro ojos, o seis,
por muy miopes, ven más que dos
sea cual fuere su sabiduría porque,
por error de sistema, fallo repentino
o cortocircuito, el cableado eléctrico
que sustenta esa sensatez puede caer
como caen las torres más altas.
Pues sin ti no sé, y la distancia
entre la locura y la sensatez
es tan fina, que la sustancia
más pura y cristalina, de repente,
por azar del destino, puede decaer
en la ponzoña más pegajosa, ruín
y corrosiva que la química debajo
la una como de la otra,
haga pasar la segunda a la primera
en un abrir y cerrar de ojos.
Sin ti no se si soy, y mi saber,
vasto, es papel mojado sin tus ojos.