En la tinta dormida del tiempo prohibido,
se deslizan los números, fríos, escondidos;
detrás de cada cifra, un eco sellado,
un susurro en clave, un mundo cifrado.
El tres y el siete bailan con el trece,
la pirámide observa, el ojo no adormece,
las sectas se reúnen bajo lunas nuevas,
tejen con sus dedos las tramas más huecas.
El calendario tiembla al llegar el once,
fechas alineadas, profecías que esconde.
Nada es coincidencia, todo es estructura,
un tablero antiguo disfrazado en censura.
Cartas del Tarot, runas en la arena,
encriptan mensajes que ningún dios revela;
patrones que reptan bajo pieles humanas,
pactos escritos con sangre temprana.
¿Ves las repeticiones? ¿Notas la secuencia?
Es un lenguaje oculto, pura apariencia.
El logo, el gesto, la palabra suave,
son signos velados de algo más grave.
Nadie habla en voz alta del número espejo,
ni de los pentagramas marcados en cejas,
pero si hilas despacio la urdimbre del día,
verás que las sombras también tienen guía.
Así, el iniciado sonríe en la esquina,
sabe que el azar es mentira fina,
que en cada mirada, en cada diseño,
se esconde un secreto, un antiguo dueño.
Porque las sectas no temen al juicio,
crean realidades, juegan al artificio.
Y tú, simple pieza del gran mecanismo,
bailas al ritmo de su simbolismo.