Romey

Fragmento del diario de Rai


La noche pasada no sé por qué me encontraba mareado y nervioso, por tanto decidí salir al bosque y meditar, o al menos aplacar el miedo acechante forzándome a cerrar los ojos el mayor tiempo posible. Ya ayí me sorprendió bastante el silencio casi absoluto, y curiosamente no dejé de sentirme observado. Aún con los ojos cerrados me hayaba inmerso en un paisaje soleado, un paisaje que calificaría de imaginario si no lo hubiese percibido como una realidad patente en la que al final de la senda, donde ésta se curva hacia la izquierda y desciende abruptamente hasta el suelo urbano, medio oculta tras el grueso tronco de un tétrico pino, oscura y huidiza vi una cara femenina y oí una voz muy fina que no desentonaba entre todo aquel silencio envolvente. Eya decía: Om, y nada más que eso, pero así era suficiente para disipar mi miedo, la niebla de pensamientos que me hacía girar en torno a mí mismo como un navío tratando de evitar ser enguyido por el remolino hacia el fondo frío del abismo. Al fin abrí los ojos y me di cuenta de que mi cuerpo estaba temblando y helado, aunque realmente me sentía bien. Ahora el río corría con fuerza, y la frecuencia de mis latidos había menguado considerablemente. No te habrá costado adivinar, mi queridísimo diario, que andaba yo medio desvariado por efecto de los gestos desdeñosos recibidos de una impersonal Ela horas antes. Digo \"una\" pues casi tengo la certeza de que a la que amo con el alma es otra, la que parece haber sido devorada por ese monstruo que la ha suplantado, tomando su aspecto, pero despreciando su extrema sensibilidad y el manantial de risas y palabras que surte de la Ela verdadera muy frecuentemente, inclusive cuando duerme