Te reconozco,
en el verdor sorprendente de la arboleda
en el canto del ave que conmueve los latidos
en los rostros del tiempo simulando desolación y ausencia
en las sombras impenitentes que se cruzan por las puertas
en las promesas que se rompen aferradas a nuestra naturaleza
en el mármol gélido que se muestra como destino
en el mar y en las alturas donde se abandonan las criaturas
en la rosa y el jazmín que se niegan a morir
en la sangre que circula para dignificar las heridas
en la escritura sin metáforas que muestran la verdad
en la claridad del espejo que hace brillar el rostro sin cosmético
en las calles, en el silencio, en el ojo sin reflejos
Te reconozco,
en la mano envejecida que aún mantiene su firmeza
en la canicie que muestra los conjuros de la longevidad
en el grito que se levanta como canto al existir
en la mirada hilarante que no sucumbe ante el horror de los rencores
en la voz que se levanta sobre la mudez del extravió
en el cuerpo que abdica al brío de la juventud
en el corazón que repudia el privilegio y la injusticia
en el llanto que aflora como señal de compasión
en el silencio violento que me aleja de la disputa y el ruido
en la sombra agazapada que pretende el arrepentimiento
en la lanza que hiere con la pronunciación de un vocablo
en el camino y el puente que me aleja de la encrucijada
Te reconozco
aunque no pronuncie tu nombre