Perdió su aroma la rosa,
perdió su brillo el lucero,
y quedó seca la fuente
y en silencio el cancionero.
¡Qué doliente y compungido
quedó el madroño y el cedro,
donde posabas tus alas
y trinabas satisfecho!
Ya la luna no te busca
para acompañar tu empeño,
de esconderte entre las ramas
del sauce y del pino viejo.
El sol no manda sus rayos
para calentar tu cuerpo,
ni te arrullan las palomas
ni te cantan los vencejos.
Ya no vienes a mis manos
a buscar entre mis dedos,
luciérnagas encendidas
para guiarte en tu vuelo.
Y al pie de la gran encina,
ya te arropan los jilgueros,
con una manta de estrellas
entre lamentos de duelo.