William Pérez Mederos

El barrio que no duerme

Cae la tarde sin aviso,

y las voces del barrio se enredan con la brisa.

Un niño corre tras un sueño de cartón,

mientras la abuela remienda su esperanza en silencio.

 

Las esquinas escupen música rota,

una bachata que se mezcla con gritos y risas.

Alguien ofrece café,

alguien más, un chisme que ya nadie escucha.

Los perros son los únicos leales,

ladran al recuerdo de quienes ya no están.

 

Ella camina lento,

como quien carga años en cada paso.

Sus manos vacías guardan más amor

que cualquier joya de vitrina.

Dice que la vida no fue justa,

pero al menos la vivió sin pedir disculpas.

 

Y yo, testigo mudo de ese teatro,

entiendo al fin que algunos lugares

no necesitan palabras,

sino miradas que lo digan todo.

Hay días que duelen,

y barrios que nunca duermen.