I
Sus ojos albor que se impregna en el cielo,
atrapa la oscuridad que grávida dentro
de los planetas y retumban sobre el universo.
El cielo que bebe de la noche como un río
y fulgura sobre las estrellas antes de morir,
volamos sobre la agonía y el suplicio.
El martillo golpeará su entrada.
El sabor del engaño es repugnante
también es de feroz óbito que arranca vidas;
que arranca pétalos y las tiñe de sangre
así la pena viaja desde la barca y golpea
con el ruido de las lamentaciones.
La mañana es traidora de los horizontes
porque suele disfrazarse de tarde mustia
o en ocasiones de noches mordaces
que no conocen la piedad y el consuelo.
II
Suelto de mi mano aquella cuerda
que sostiene impávido mis disculpas,
lanzará truenos, alzando el rugido,
sentado encima de la solemnidad
sin prestarle atención a la entrada del amanecer.
III
El sol que en otras épocas fue:
el alimento de los dioses
la caricia de los murmullos
y la voz de los rayos que arde
bajo el retazo del tiempo.
Hoy, apenas es un débil vestigio silente
que iluminan mis pupilas cuando la miro:
yo he nacido de las tinieblas y desnudo
me adapte al terror, a la ira y a la desilusión.