Aprendí a callar tu nombre,
a fingir que el café no sabe a ausencia,
que la música no te trae de vuelta,
aunque cada acorde aún duele.
Conté estrellas que ya no miro,
te regalé una que sigue encendida,
como el eco de nuestras risas
que insiste en no desvanecerse.
Voy a ver qué tal me sale
esto de vivir despacio,
sin esperarte en cada sombra,
sin buscarte
en cada sueño.