¡Sraaac-sraaac!
Se rompe en lánguido el silencio
y mi silueta levita
su rosado pardo en la tarde.
Desde una escamosa rama
donde el vigía clava sus uñas,
se lanzan cloqueos en coro
¡Scraaac-scraaac!
Y de nuevo el silencio,
tan sólo el límpido abeto
parece susurrar al oído
el canto del cuculí.
El sendero coquetea
—pobre iluso—
con Estany Gran del Pesso
y vuelve a rasgarse el aire
¡Scraaac-scraaac!
Y eleva el coro sus voces.
Confundo el azul
y el negro,
el blanco van tan de prisa
que parece piña de nieve
descolgada en un aletazo.
En la yema de mis dedos
se acumulan finas agujas
y el algodón
con fondo perlado en gris
se refleja en el cristal
de aquel estanque perdido.
¡Scraaac-scraaac!
Ahora descubro tus alas
y las eréctiles plumas
—listadas en blanco y negro—
de tu graciosa corona.
Siento que un calor invade
sin remisión mis mejillas
y por fin mis labios repiten
una a una tus toscas notas:
¡Scraaac-scraaac!