J.R.Infante

¡Sraac-sraac!

¡Sraaac-sraaac!

Se rompe en lánguido el silencio

y mi silueta levita

su rosado pardo en la tarde.

Desde una escamosa rama

donde el vigía clava sus uñas,

se lanzan cloqueos en coro

¡Scraaac-scraaac!

Y de nuevo el silencio,

tan sólo el límpido abeto

parece susurrar al oído

el canto del cuculí.

El sendero coquetea

                            —pobre iluso—

con Estany Gran del Pesso

y vuelve a rasgarse el aire

¡Scraaac-scraaac!

Y eleva el coro sus voces.

Confundo el azul

                           y el negro,

el blanco van tan de prisa

que parece piña de nieve

descolgada en un aletazo.

En la yema de mis dedos

se acumulan finas agujas

                                       y el algodón                                                        

con fondo perlado en gris

se refleja en el cristal

de aquel estanque perdido.

¡Scraaac-scraaac!

Ahora descubro tus alas                                                          

y las eréctiles plumas

—listadas en blanco y negro—

de tu graciosa corona.

Siento que un calor invade

sin remisión mis mejillas

y por fin mis labios repiten

una a una tus toscas notas:

¡Scraaac-scraaac!