karonte

\"Siete pétalos en la arena\" (Tercera carta: El Peso de la Corona y el Silencio de la Gloria)

Amada mía,

 

Hoy las sombras son más densas que de costumbre. La corona descansa sobre mi frente como si pesara más que el bronce y el hierro juntos. No por el oro que la adorna, sino por las miradas que carga, por las expectativas que talla invisibles cicatrices en quien la porta.

 

Te escribo antes de que el sol alcance su cenit, porque solo en estas horas tempranas el silencio me pertenece, antes de que el consejo de ancianos exija, antes de que los guerreros esperen órdenes, antes de que el pueblo, en su fe, vea en mí algo más que un hombre. Nadie sabe —excepto tú— cuánto cuesta ser un símbolo. La gloria, amor mío, no es más que un espejismo que se alimenta del sacrificio de la carne.

 

Desde niño observé cómo los nombres grandes tallaban su lugar en la historia, pero descubrí pronto que la historia es sorda al susurro de los corazones. Solo recuerda las batallas, nunca las dudas; solo canta las victorias, jamás las noches sin sueño. A veces me pregunto: ¿qué hay detrás del eco que deja un rey cuando calla? ¿Qué queda cuando los estandartes caen y la sangre se seca? Lo cierto es que, para mí, solo queda tu recuerdo. Ahí donde el mundo espera grandeza, yo busco refugio en tu abrazo invisible, en la certeza de que, aunque me pidan ser de mármol, sigo siendo carne que late por ti.

 

Me enseñaron que un hombre debe cargar el mundo sin mostrar el temblor en sus manos. Que debe mirar al abismo sin parpadear, aunque por dentro sienta frío. Pero tú sabes que la mayor valentía no es esa. No es el rugido en el campo, sino el suspiro que nadie escucha. El poder reconocer el miedo y seguir adelante. Esparta me pide fuerza. El pueblo exige victoria. Pero solo tú me pediste ser hombre.

 

Esta es la tercera carta de las siete. Como si cada una fuera un pétalo arrancado al destino, un intento de dejarte no solo un legado de guerra, sino de amor, de pensamiento, de fragilidad velada tras la armadura. Sigo mi marcha. Los dioses observan. Pero sé que en cada paso, aunque me reclamen como rey, yo pertenezco únicamente a ti.

 

Con la serenidad de quien no teme perderse en el alma de su amada, Leónidas