karonte

\"Siete pétalos en la arena\" (Sexta carta: La Última Luz)

Amada mía,

 El sol ya se oculta tras las montañas, como si supiera que mi corazón, al igual que él, pronto dejará de brillar en este mundo. Sin embargo, no puedo permitir que la sombra que avanza se lleve también mis pensamientos. No mientras en mis venas arde el amor que por ti siento. Es ese amor el que ha sido mi guía, la luz que ha iluminado mi camino, incluso cuando la oscuridad parecía estar por devorarme.

 

Los días que pasaron a tu lado son como un canto distante, una melodía que resuena con fuerza en mi pecho. Recuerdo el primer día que te vi, como si fuera ayer. Tus ojos, llenos de un fuego que jamás podré apagar. Me has dado una paz que los hombres buscan en los lechos de muerte y que algunos, incluso, nunca hallan. Tú eres mi paz, el respiro en medio de este caos llamado vida.

 

El guerrero que soy, forjado en batallas y fundido en sacrificios, se ve pequeño ante la magnitud de lo que compartimos. Todos los honores que recibo en el campo de batalla son, al final, solo sombras. Las batallas más grandes las libramos dentro de nosotros mismos. Las más arduas son aquellas que enfrentamos en la quietud de la noche, cuando la soledad se convierte en nuestro único compañero y el miedo se convierte en el enemigo a derrotar. Pero, en mi caso, siempre fuiste tú, amor mío, la que me dio la fuerza para vencer, la que me enseñó a mirar más allá de la muerte, más allá del dolor.

 

Ahora que el viento se lleva los últimos vestigios de luz, te escribo con la esperanza de que estas palabras te lleguen, como un susurro en la penumbra. Aunque el tiempo me reclame, aunque el destino me lleve lejos de ti, nunca seré verdaderamente distante. Yo seré tu sombra, tu refugio, tu eterna presencia, aunque no te vea ni te toque.

 

Sé que la guerra no ofrece certezas, pero lo que nunca cambiará es este vínculo que hemos tejido con el alma. No importa cuántos días pasen, ni cuántas batallas más enfrente, lo que compartimos es la esencia de todo lo que existe. La guerra puede reclamar mi cuerpo, pero lo que soy, lo que hemos sido, no podrá ser arrancado ni con la espada más afilada.

 

Tu amor me ha dado más fuerza que mil ejércitos, más que cualquier escudo o lanza. Y si algún día, en esta vida o en la otra, nuestras almas se encuentran en el campo eterno, seré el primero en correr hacia ti, para abrazarte como nunca pude en esta vida. Mientras tanto, mis días se marchan, mi ser se desvanece, pero siempre serás mi última luz, mi último pensamiento. En cada batalla, en cada paso, en cada instante que se desliza entre mis dedos, estarás allí, presente como siempre lo has estado.

 

Y si la muerte me reclama, que mi último suspiro sea tu nombre. Que mi alma encuentre la paz en tu abrazo eterno.

 

Te amo, más allá de lo que los hombres pueden comprender.

 

Tu esposo, Leónidas