En la mano llevaba un arma,
En la mente un asesinato.
Gotas de sudor en su cara,
Debía ejecutarlo de inmediato.
Por la calle lo vió, iba contento.
Detrás de un árbol se escondía,
El arma cargó en un momento,
Llevó a cabo lo que pretendía.
La gente corrió asustada,
El pobre señor caía en tierra,
Mucha sangre era emanada.
Decía, como quien se aferra:
<¡De un balazo no me matarán!
¡Ese hombre un cobarde encierra!>
Era imposible que viviera, casi un hecho.
Ese suelo se convertiría en su lecho.
Empezó a decir, aceptando su muerte:
<Dios piadoso, no he sido tan fuerte…>
Ya con la noche consolidada, falleció en soledad.
El ejecutor estaba en la iglesia, rezaba y rezaba.