Su memoria, una rama que aún no cae,
se quiebra, a veces florece,
su mirada ancestral,
una espera muda,
pero tiene lo suficiente pata florecer,
es como el amor ya perdido,
solo se viste de silencio y hondura.
Sus manos débiles se aprietan,
para encapsular la niñez,
trepando ese árbol que aun esta.
La plaza,
habita entre mil ventanas,
antes, alimentaba sus juegos de niño.
Las ramas se mueven lentas,
la brisa o el viento no apuran sus hojas,
como alguien que solo está,
no necesita nada, sus pensamientos
tardan en irse
se enredan en la calma de las ramas.
Cada hoja que cae,
es un mantra que se escapa,
un historial que se desprende
que los habitantes decidieron no leer.
¿Para qué tener un mantra si todo parece esfumarse
en el olvido y las burbujas efervescente
diseñadas para la fugacidad?
El anciano espera al niño que fue,
trepó ese árbol,
declaró su amor frente a ese árbol,
Hoy, las ramas hablan del ayer…
Las hojas caen como poemas
sin destinatarios, para alguien:
Él está
el árbol está,
ella no está.
En su mirada hay un destello de luna.
Pero la ciudad,
aprendió a no mirar.