Desde hace un largo tiempo le escribo cartas al viento;
En lo que hemos compartido, puedo decir que fuimos aprendices fortuitos del otro.
Con la dulzura de un niño al que acarician con amor, supo enseñarme a danzar con libertad entre la brisa y la marea;
Soltar poco a poco mis anhelos más profundos a las llamas y fundirme entre cenizas; “al fin y al cabo no hay renacimiento sin antes la destrucción completa del ser” solía decirme.
Pero por otro lado, entre mi ira y melancolía confundiendose, conmigo aprendió de la entrega;
Incluso supo escuchar la lección más importante que pude haberle obsequiado, y es que dos ráfagas encontrandose jamás serán las mismas una vez que pase la tormenta,
Que si éstas se envuelven, pueden crear en igual proporción tanto vida como caos; pero es justamente por ello que uno debe brindar su corazón cuando sienta que esto sucede, o podría arrepentirse por toda la eternidad...