Iba a levantarme tarde. Era sábado pero, por algún motivo que no recordaba, sonó el maldito despertador. Ya desperezada, me senté a mirar por la ventana con una taza de café entre las manos esperando la salida del sol. Esas eran las únicas certezas de mi día a día: el amanecer y un café bien cargado esperando besar mis labios.
«Fue él quien de la forma más sucia la llevó a marcharse muy lejos. Nunca contó con que un día ella no estuviera. Cuando su ausencia le fue difícil de soportar, hizo algo a la altura de su simpleza: la inventó. Al parecer había encontrado una nueva forma de sustituirla. Su idiotez nunca dejaría de sorprenderla.»
De vez en cuando aún aparece una flor de tormenta en el silencio de mis pensamientos. El daño puede hacer mucho ruido. Apenas recuerdo si en aquel entonces tuve miedo, ni en qué pensaba más allá del desconcierto que sentí. Ahora todo me parece lejano. Hoy me pregunto si se extravió o perdió del todo la razón.
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