Te vi llorar con los ojos secos,
te escuché jurar verdades
con la lengua llena de excusas.
Llevabas puesta una máscara
tan bien hecha,
que hasta tú mismo creíste
ser inocente.
Justificas lo torcido
con palabras brillantes,
como si el brillo
pudiera ocultar la mancha.
Hablas de bondad,
pero calculas beneficios.
Te proclamas víctima,
cuando en realidad diriges la obra.
La humildad te es ajena,
la culpa es siempre del otro.
Fabricas argumentos
como armas,
como trampas.
Pero el tiempo no compra discursos.
Y algún día,
cuando el disfraz se caiga,
tendrás que verte tal cual eres:
un experto en verdades a medias,
un arquitecto del engaño.