Dichoso es aquel que nace en cuna de oro, aquel conquistador de reinos y de mundos.
Tal como el de la ninfa que, al jugar con sus pies, bendice la tierra.
Tan bello el reino del venado, que con ochenta y ocho piedras, tanto negras como blancas,
el humilde ciervo le regala un vals a las estrellas.
No olvidar el reino de leones, que con troncos entrelazados por cuatro hebras de sol y un arco de luna,
enmudece los corazones de algunos pobres desdichados.
¿Desdichados?
Nosotros, los que nacemos de espadas de bronce, aquellos conquistadores del dolor.
¿Desdichados?
Nosotros, los que en hombros cargamos sueños de reinos y de mundos.
¿Desdichados?
Nosotros, los que llevamos en la sangre el sabor de la tragedia.
¿Desdichados?
Nosotros, al ser devorados por la realidad vacía de una verdad inevitable.
¿Desdichados?
Nosotros, los que somos la inspiración de verborrea barata de damas y caballeros.
¿Desdichados?
Nosotros, personajes de sal que se los lleva el viento de las hazañas del aventurado y valeroso hijo del dichoso.
Nosotros, nosotros, nosotros,
poesía de pobres cuya mención en la oración provoca miradas con desdén.