No busques a Dios en muros de piedra,
ni en altares fríos de mármol tallado,
su voz no retumba en campana ni cuerda,
sino en el latido más puro y callado.
Él vive en el viento, en la flor y en el río,
en el canto suave del ave en su vuelo,
no está en los templos de incienso y rocío,
sino en la mirada que toca hasta el cielo.
Si partes la leña, allí Él se revela,
si alzas una piedra, su luz encontrarás,
pues Dios no es un trono dorado en la estela,
es fuego en tu pecho que nunca se va.
Es uno contigo, no hay separación,
es la misma esencia que vibra en tu ser,
el alma lo siente con pura intuición,
cuando el ego calla y deja de ver.
No temas mirarte, ahí está la clave,
pues Dios no se impone, se deja sentir,
en cada silencio su fuerza se abre,
y en ti, sin buscarlo, lo puedes vivir.