Prólogo:
En lo profundo de un bosque que no existe, bajo la sombra imaginaria de los cipreses eternos, se encontraron dos almas que jamás se cruzaron en la historia, pero que el destino poético ha querido enfrentar: San Francisco de Asís, el místico del amor radical, y Friedrich Nietzsche, el filósofo de la voluntad despiadada.
Uno descalzo, ligero como el viento de la gracia.
El otro con botas de fuego, quemado por la lucidez.
Ambos, hijos de la herida.
I Diálogo en el claro del alma
SAN FRANCISCO (sonriendo, con los ojos brillantes):
Hermano, has caminado largo… ¿Qué buscas en este bosque de paz?
NIETZSCHE (con voz firme y mirada irónica):
Busco al hombre. Aquel que no necesita muletas celestes para ponerse de pie.
¿Y tú? ¿Aún conversas con pájaros mientras el mundo se pudre?
SAN FRANCISCO:
Sí, converso con ellos. Y también con el lobo. Ellos no niegan su naturaleza, y sin embargo, viven en armonía. ¿No es eso sabiduría?
NIETZSCHE (ríe suavemente):
Armonía… palabras dulces para una voluntad que abdica.
Yo no quiero armonía, quiero tempestad.
Quiero que el hombre se forje a sí mismo con martillo,
no que se disuelva en la miel de lo divino.
SAN FRANCISCO:
¿Y no ves tú que el martillo también puede ser un instrumento del carpintero?
¿Que el fuego que forja, también puede calentar?
NIETZSCHE (más suave):
Tienes una belleza, santo.
Pero es belleza que niega el abismo.
Yo lo miré de frente… y el abismo me devolvió la mirada.
SAN FRANCISCO (poniendo una mano sobre el pecho):
Yo también descendí al abismo.
Pero no me quedé allí.
Vi una luz, una voz, y dije: “¡Aquí estoy!”
NIETZSCHE (mirándolo a los ojos):
Quizá tú lo llamaste Dios.
Y yo lo llamé vacío.
Y sin embargo… ambos respondimos.
(Pausa larga. El viento acaricia las hojas. Un ruiseñor canta de nuevo.)
SAN FRANCISCO (con ternura):
Tal vez no somos tan distintos.
Tú querías que el hombre volara.
Yo quería que recordara que ya tenía alas.
NIETZSCHE (casi susurrando):
Y ambos… odiamos la mentira.
II. Poema dramático: “El Santo y el Filósofo”
En la cima del tiempo se cruzaron dos sombras:
una vestía harapos perfumados de lirios,
la otra, traje oscuro y mirada que rompe espejos.
El primero hablaba al sol,
le llamaba hermano y lloraba al mirar el trigo.
El segundo gritaba al cielo vacío:
\"¡Te matamos, porque callabas!\"
Uno caminaba descalzo,
el otro herido por dentro.
El santo bajaba al polvo para alzar al mendigo.
El filósofo subía montañas para encontrar al hombre.
El uno, crucificado de amor;
el otro, resucitado por el fuego.
Pero en una noche sin dogmas,
ambos miraron el abismo.
Y el abismo les devolvió la flor.
III Epílogo del viento
San Francisco no quiso convencer.
Nietzsche no quiso consolar.
Pero ambos —con su ternura o su ira—
nos dijeron que el alma merece ser enfrentada.
Uno la ofreció como incienso.
El otro la lanzó al fuego.
Y quizás, solo quizás,
ambos tenían razón.
Para almas que aún no temen mirar de frente al cielo… ni al abismo.