La muerte no es abismo,
ni el final del camino,
solo un viaje hacia lo ignoto:
estación donde dejamos
recuerdos a la deriva,
como cartas olvidadas
en maletas de otro tiempo.
Llevamos equipaje,
sin saberlo, de latidos:
suspiros en el aire,
silencios entre grietas,
abrazos que se alejan,
palabras naufragadas,
deseos sin nombre
y resignaciones frías.
Cada paso es partida,
no un adiós para siempre.
Es el rumbo marcado
desde el primer susurro,
un presentir del rayo
que al final nos ilumina.
Quizá no haya puerto,
solo calma en el viento…
Pero mientras la vida
se despide despacio,
quedan huellas de lumbre
en los caminos elegidos.
No duele la despedida
si es tránsito al misterio:
horizonte que no olvida,
sino paz sin regreso.
El alma es semilla
que vuelve al principio.
José Antonio Artés