Lo vi, la otra mañana. Iba, muy erguido, como cualquier joven, de 20 años, pero él, tenía más muchos más. Se le notaba en su, blanca barba. Bestia, un hábito, morado, con un cinturón también morado, fabricado con hilo de algodón, en realidad su traje estaba hecho una pena todo lleno de arapos.
Había varios jóvenes en la plaza que comenzaron a reírse de él. Vaya, cuántos niños has hecho, que garañón, podría vender alguno y comprarte otro capisayo, que se te va a ver, la pilila, jajajaja, se reían a carcajadas. Pero el no hizo caso.
Su sonrisa de oreja a oreja, hacia sonreír también, a todas las personas, que pasaban por su lado al mismo tiempo que lo saludaban.
Le seguían una, partida de niños y niñas, algunos demasiado pequeños, pero que corrían como liebres,
Al llegar a la puerta del convento, un niño se quedo retrasado, y al cruzar la calle fue atropellado por un coche, brutalmente, Los gritos de la gente, atronó la calle.
Entonces el fraile, se giro y más que correr voló, hasta el lugar del accidente, el niño quedo inmóvil sangrando por todas partes de su cuerpo.
Las personas presentes gritaban. - Una ambulancia, una ambulancia- el fraile dijo no, no hace falta una ambulancia, ahora lo que necesitamos es mucha fe. Y con más ganas se rieron los jóvenes de antes mas se choteaban y mas burla hacían de él. Un anciano que estaba cerca reprendió a los jóvenes, pero el franciscano le dijo. No se preocupe son muy jóvenes y no saben lo que dicen. Jajajaja, respondieron ellos- el que no sabe lo que dices eres tú, que no quieres la ambulancia-. -Sois estúpidos- respondió el viejo, -no veis que la criatura esta muerta-.
El coro de gente no dejaba, ver, nada, estaban arremolinados, alrededor del grupo de niños, los cuales estaban llorando y gritando, como locos. De pronto todo el mundo quedo mudo, el fraile había cogido, al niño, entre sus fuerte brazos, mientras le pasaba una mano por sus heridas, suavemente, de pronto el niño comenzó a moverse abrió los ojos y esbozo una cálida sonrisa, -he visto a Diós- dijo, el niño mientras desaprecian las heridas, de su frágil cuerpo.
En aquel momento todos los allí presente cayeron de rodilla, incluyendo a los cuatro jóvenes
Burlones, que dijeron.- perdónanos, señor por no saber distinguir, lo bueno de lo malo, y tener al señor, delante de nuestros ojos, y no verlo.
No os preocupéis, no he sido yo, ha sido vuestra fe y mi fe, la que ha hecho el milagro, no solo de curar al niño, sino de curaros a vosotros, también.
Moraleja si tienes fe, tienes esperanza.
Autor: Joaquín Méndez, reservado todos los derechos.