Cuando las piedras solas y los árboles solos
me buscan, gime el cielo
que me hace convincente.
Se debilita entonces el buen piar
del día y los recuerdos
son prado encapotado que me acoge.
Y es que me duele vernos, o la vida
que somos, que no somos:
apartada ya está del compromiso,
aunque cuerpos tendidos en el suelo
nos callen, aunque exista luz sin luz
y repentinamente sepamos que no es
un trazo caprichoso el horizonte.
Y es que la dura muerte me visita,
ay la muerte de otros:
rasgan, obligan a resplandecer
como cosa sin alma,
a seguir con los modos de nadie en las afueras
de la hermosa ciudad y de la vida,
a arrastrar mil preguntas y cadenas.
Y es que sus muertes
_la de los familiares_,
cantos oscuros, llamas atrapadas
en el retrovisor de la memoria,
en el tiempo, en los ojos.
Gime el confuso cielo
que me hace convincente.