Mis ojos, temblorosos de deseo,
te recorren como un trazo en el silencio,
dibujan en tu piel
las líneas invisibles del asombro,
colores que solo existen cuando tú respiras.
No toco, no hablo,
solo miro.
Y en cada mirada,
una caricia sin tacto
se posa donde el alma se estremece.
Tu espalda es un amanecer extendido,
tus hombros, colinas de fuego dormido,
y en el leve suspiro de tu cuello
se esconde un universo
que aún no me atrevo a pintar.
No necesito óleo,
ni carboncillo,
mi pupila basta para crear
un mundo donde tú
eres toda la luz.
Así te nombro sin palabras,
así te amo sin invadirte:
yo, los ojos;
tú, la materia viva
que hace del arte un misterio.
JUSTO ALDÚ
Panameño
Derechos reservados / abril 2025