El amor
El amor a veces rudo
—comentaba un día Bassira—,
de la estrella, de la lira,
hace un tierno y fiel saludo;
lo siente el ciego, lo ve el mudo,
los ujieres, los emires,
los valíes, shah, faquires,
los bufones, los sultanes,
los khalifas y los khanes,
los cadíes y visires.
Lo ve el alegre, hasta el bravo,
el dervi, cada nodriza,
el eunuco que se eriza,
la princesa y el esclavo.
El príncipe da un centavo,
los ulemas, filigranas,
los derviches, obsidianas,
los beduinos, kalandores,
los poetas y doctores,
los legistas y sultanas.
Lo ve el huésped, los villanos,
el genio, el pobre y el rico;
y lo sigue hasta el morrico,
campesinos y artesanos.
Al sembrador le da granos,
al tirano, usurpador,
le da una muestra mejor
que al joyero, en reprimenda,
de él, lo convierte en leyenda,
alejando así el dolor.
El amor tiene sentido,
—ya lo dijo un mercader—,
que el que llega a querer,
sale mal correspondido:
el olvidado, el querido,
El ingrato, el adversario,
el pastor, el relicario,
el marino y el vidente;
el que piensa o el que siente,
en fin, extraordinario.
El amor, en total es:
la dulzura de sentir,
donde dar y recibir
no conocen interés.
El amor no tiene pies,
sin embargo, es peregrino
y aparece en el camino
para darnos emoción,
solo boca y corazón
le conocen el destino.
Samuel Dixon