Desde el rincón más árido de mi alma,
te ofrecí tempestades por caricias,
y tú, tan fiel, creíste en la falsa calma
de un pecho que sembraba cicatrices
como quien riega flores con su palma.
No tengo redención ni coartada,
te herí con mi verdad desmesurada,
y aunque mi alma quede desollada,
te busco en cada noche derrotada,
porque te necesito más que mi fachada.