El cura sube al altar
con voz de santo aburrido,
y empieza a sermonear
como si hablara al olvido.
El monaguillo, cansado,
ya ni intenta disimular,
se ha quedado recostado
y empieza a medio babear.
El padre alza la patena
con gesto místico y lento,
pero nadie le da pena...
¡ni Dios baja en ese intento!
Y al llegar la comunión,
con solemnidad divina,
el crío, sin educación,
se empina todito el vino.
Termina la bendición
con cara de \"todo en orden\",
sin notar que en su sermón
¡ni el diablo quiso quedarse!
JUSTO ALDÚ
Panameño
Derechos reservados / abril 2025,