Palpitaba en sus labios dulce beso
y mi pecho temblaba de ilusión;
y sintiendo en mi cuerpo escalofríos
despértose el amor.
Se miraba en sus ojos el torrente
de una luz, tan radiante como el sol;
y posando sus rayos en mis ojos
el alma me inundó.
Despertaba supremas inquietudes
escuchar los arpegios de su voz;
y viviendo el ensueño más divino
nos amamos los dos.
Pero luego, lo mismo que un velero
cuya proa la hicieron de cartón;
en la niebla terrible de la duda
de pronto naufragó.
Autor: Aníbal Rodríguez.