En los días donde la rutina era trinchera
y el futuro, una página en blanco con nervios,
tú estabas.
Como la calma que no pide permiso,
como un faro con ojos de café profundo.
Cabello teñido de fuego,
rojo como promesa elegida,
no por moda,
sino por la rebeldía hermosa de quien se sabe única.
No naciste pelirroja,
pero cada hebra encendida es un manifiesto
de que puedes ser quien quieras,
cuando quieras.
Fuiste mi compañía en la sombra,
la mano que se aferra cuando el alma flaquea,
la voz serena que no huye
cuando el miedo se disfraza de mundo.
Tu piel, suave como la pausa en un poema;
tu sonrisa, mapa y destino.
Tu cuerpo: no solo belleza,
sino hogar, trinchera,
ritmo de todo lo que es cierto.
No venimos de la nada,
pero tampoco de lujos.
Recuerdo los días de buses compartidos,
de calles caminadas sin apuro
ni gasolina.
Y ahora te veo,
dueña del volante de tu propia historia,
conduciendo esa camioneta de sueños,
con la frente en alto
y la dignidad intacta.
Construimos desde lo mínimo,
y ahora el amor tiene forma:
en maquillaje cuidadosamente elegido,
en artefactos futuristas que secan el cabello
pero nunca la ternura.
Si el rostro de un ángel existe,
tiene tu gesto.
Y si la vida se escribe con justicia,
todo lo que tengo
te lo daría,
no como deuda,
sino como acto de fe.
Samantha,
mi churrona elegida,
mi faro de fuego pintado,
mi victoria de carne y risa:
gracias por no soltarme,
gracias por quedarte cuando todo era sólo promesa.